La semana fue pesada de sostener, pero llegó el viernes y acompañé a mis hijos y a un compañero de ellos al jardín, qué jardín? al que fueron siendo pequeños, llevé a los 3 y luego se juntaron con otro mas.
En la entrada comenzaron a dudar del lugar, pero se reencontraron con su profesora, dueña del jardín, quien con abrazos cálidos, personalizados y amorosos lo recibió para caminar con ellos por los lugares que recorrieron hace 12, 13 años atrás.
Se me permitió acompañarlos y lo quise hacer desde el observador pasivo y contemplarlos, escucharlos e intentar captar lo que iban viviendo a través de la cámara.
Fueron momentos que los adolescentes vivieron desde su ser completo, percibiendo olores, sabores, tocando cosas, degustando el pancito del desayuno que ellos reconocieron con el mismo sabor de aquel entonces, recorriendo y reconociendo lugares e historias, jugando con balones y neumáticos, haciendo tiro al blanco con ciruelas, reencontrándose con sus niños internos, sencillez, ingenuidad y asombro.
Me sentí profundamente agradecida, de poder estar en ese espacio, infinitamente agradecida de haber tenido la posibilidad de que nuestros hijos fueran criados en ese jardín.