lloré al terminar de leerlo, doy gracias por que yo y mi hermano estudiamos en otro lugar y pido que mis hijos no pasen por una educación así.
Me siento tocada al leerlo, porque conozco varios hombres que han pasado por ahí y sus mentes tienen de alguna manera ese formato (no en un 100%, gracias a Dios)
aquí va el discurso:
Tengan todos ustedes, muy buenos días.
Antes de comenzar a leer estas líneas, con motivo de la
Licenciatura de los Cuartos medios 2012, mi generación, me gustaría pedir
perdón. Perdón a quienes después de revisar un discurso que yo envíe semanas
atras, me autorizaron y dieron la oportunidad de leerlo aquí frente a ustedes.
Disculpas porque las páginas que hoy leeré, son distintas a las de ese
borrador. De otra forma no me hubieran dejado hacer este discurso. Disculpas y
espero puedan entenderme.
Cuando me embarqué en la tarea de hacer un discurso con
motivo de la Licenciatura, me encontraba con más dudas que certezas. ¿Qué digo?
¿Cómo, en cinco minutos, resumir mi paso por este colegio? ¿Cómo, en un
discurso, intentar plasmar siquiera en su uno por ciento, la gama de
sentimientos que poseo hacía El Nacional? ¿Cómo redactar algo, lo
suficientemente digno para tan importante día?
En primera instancia, intenté hacer algo similar a los
discursos que he escuchado, como presidente de curso, cada diez de agosto, en
las ceremonias de aniversario del colegio. Hacer un breve repaso de la historia
del colegio. Mi idea era empezar diciendo que el Instituto Nacional fue fundado
como una obra del gobierno de José Miguel Carrera en 1813, tras la fusión de
las casas de estudio del periodo colonial. Luego, tras la ofensiva de la Corona
española por recuperar sus posesiones en América, e identificando al Instituto
Nacional como un símbolo de la soberanía
y la lucha por la emancipación, deciden clausurarlo. Bernardo O’higgins, cinco
años después, con la Independencia ya asegurada, lo reabre para seguir
funcionando, sin interrupción, hasta nuestros días.
También pensé recordar que han sido Institutanos, 18
presidentes de la República de Chile. Entre los que destacan nombre como Pedro
Aguirre Cerda, José Manuel Balmaceda y, el poco mencionado en los discursos,
Salvador Allende.
Pero no. Hoy no vengo a repetir ni recordarles lo que ya
todos sabemos. (Para más información leer el artículo del Instituto Nacional en
Wikipedia, muy interesante) Ni tampoco vengo a hablar en representación de
todos ustedes, ni siquiera represento, como presidente de curso, la voz de mis
compañeros. Cosa que no quita, que puedan hacer suyas estas palabras. Así como
en la televisión, advierto: Las opiniones vertidas en este discurso no
representan necesariamente el sentir de mi curso, familia, amigos ni colegio.
Este discurso me represente a mí y solo a mí. Yo soy su único responsable.
Hoy, vengo hablar de aquello que todos como Institutanos
callamos. De aquello que la historia oficial prefiere olvidar y dejarlo fuera
de lo público. De aquello de lo cual todos somos culpables: las autoridades por
ocultarlo bajo el manto de la tradición o el amor a la insignia, los
Institutanos fanáticos que avalan y defienden irracionalmente conductas que
rozan en lo enfermizo y los Institutanos que reconociendo la enfermedad, no
hacemos nada al respecto: ni irnos del colegio, ni intentar cambiar algo.
Cuando entré en séptimo básico y me dijeron que el gran Instituto
Nacional llevaba 193 años de vida, saqué la cuenta y pensé que si no repetía
ningún año saldría para el aniversario 199. Un año antes del famoso
Bicentenario. Hace 6 años me dio tristeza e incluso, un poco en broma un poco
en serio, pensé que sería una buena opción repetir para ser parte de la
“Generación Bicentenario”. Hoy, con la perspectiva que el tiempo me ha dado,
considero como un símbolo de mi paso por este colegio el salir un año antes de
la Gran Fiesta: nunca me he sentido lo suficientemente Institutano como para
soportar un año entero de chovinismo Institutano. Incluso, fue uno de los
argumentos a favor cuando decidí pasar de curso el año pasado, el no estar aquí
para el bicentenario. ¿Por qué?
Recuerdo claramente el segundo día de clases del 2007,
cuando llegó una profesora, y nos empezó a contar la historia de este colegio,
además de decir que del Instituto Nacional han salido 18 Honorables Presidentes
De La República, nos comentó que también habían salido de esta institución
importantes forjadores de la patria, que cuando nos pasaran Historia de Chile
en segundo medio sabríamos. Sin embargo, luego de que en el preuniversitario me
pasaran Historia de Chile (en el colegio no la vi más de un mes), reconozco que
la profesora obvió el contarnos varios detalles.
Detalles como que entre los 18 presidentes de Chile, no son
pocos los que tienen las manos manchadas con sangre de este pueblo. A modo de
ejemplo, Institutano fue Pedro Montt Montt, presidente de Chile que dio la
orden de asesinar a 3.500 salitreros en el Norte Grande, conocida actualmente
como la mayor matanza en la historia de nuestro país (después de los 17 años de
dictadura, claro) hablo de La Matanza de la Escuela de Santa María de Iquique.
También a mi profesora se le olvidó mencionar que Institutano fue Germán Riesco
Errázuriz, presidente de la República en el periodo del auge de la “Cuestión
Social” destacando la matanza a raíz de la Huelga de la Carne, la cual dejó un
saldo de más de 300 muertos en las calles del centro de Santiago. Previamente,
destacan dos tristes hechos en la historia de Chile en que Institutanos también
han sido actores principales. Fue un Institutano Manuel Bulnes Prieto, quien
sofocó la Revolución Liberal de la Sociedad de la Igualdad, causando decenas de
bajas. Fue Institutano también, Anibal Pinto, presidente de Chile, quien nos
condujo a una absurda guerra contra nuestros hermanos peruanos y bolivianos por
intereses oligarcas. Esta guerra, la Guerra del Pacífico, causó 3 mil bajas en
Chile y más de 10 mil bajas en los países vecinos.
Diego Portales también fue Institutano. Para todo el que
sepa un poco de historia, cualquier aproximación resultaría vaga en tratar de
explicar las obras de él. Prohibió, so pena de cárcel, el participar en
chinganas. Instauró una nueva forma de castigo para los “criminales
peligrosos”, azotes públicos. Conocida es su frase: "Palos y bizcochuelos,
justa y oportunamente administrados, son los específicos con los que se cura
cualquier pueblo, por arraigadas que sean sus malas costumbres.".
Pero, para terminar con este breve, recorrido histórico por
la “Historia no contada” de los ilustres Institutanos, quisiera concluir con un
deseo: El próximo año hay elecciones presidenciales. Ojalá el número de
presidentes Institutanos no crezca hasta los 19. Me daría vergüenza que
Laurence Golborne, un Institutano que hasta hace 3 años era Gerente General de
Cencosud, (a saber: Jumbo, Paris, Santa Isabel, Costanera Center, entre otros)
consorcio que paga $4.072 de patente al año, fuera presidente de Chile.
Más allá de la falsa historia que nos han intentado vender
del Instituto, el principal problema que reconozco además funciona como parte
básica, casi como un pilar que sostiene todo este aparataje institucional: los
mitos y tradiciones.
Recuerdo cuando mi curso de séptimo básico conoció por boca
de un profesor, una famosa frase que terminó dando vueltas por la cabeza de
todos mis compañeros: “Errar es humano pero no Institutano” sin tener estudios
algunos de pedagogía, ni pretender hacer un análisis psicológico de la
educación, me parece que la pregunta cae de cajón: ¿A qué clase de profesor se
le puede pasar por la cabeza decirle eso a niños de 12 años? ¿Por qué intentar
separar al Instituano del humano común y corriente? ¿Tan inteligentes somos?
Luego de vivir 6 años con esa frase, ¿Cómo se le explica a alguien que obtuvo
500 puntos ponderados en la PSU? Y que salió con un NEM y un Ranking por debajo
de la media nacional.
Desde el primer día que pisé este colegio, sentí como todos
los dardos y las acciones van dirigidas a un solo objetivo: el éxito. El éxito
no como un instrumento para un fin mayor y más noble (la felicidad, por
ejemplo). Sino como la meta final de la vida. Un éxito aparente eso sí, un
éxito centrado sólo en lo económico: ser puntaje nacional, estudiar una carrera
tradicional, casarse, escalar lo más alto posible en la empresa, comprarse una
camioneta para pegarle la insignia del instituto en el parabrisas. Como dirían
los Fabulosos Cadillacs: “En la escuela nos enseñan a memorizar: fecha de
batallas pero que poco nos enseñan de amor”. Amor a lo que hacemos, amor al
prójimo, amor a la clase o incluso a la humanidad. No, nada de eso. Sólo buenos
puntajes para el día de mañana comprarse la camioneta 4x4.
Frases como esas son las que forman el carácter del general
del alumno Institutano: petulante, soberbio, chovinista y exitista.
Personalmente, no es ningún orgullo ser el colegio más odiado de los
“emblemáticos” (y no me trago el cuento que nos decían los profesores que es
porque somos los más inteligentes o los con mejores pololas) es porque de una u
otra manera de verdad creemos que nosotros no nos equivocamos: porque somos
Institutanos.
En este colegio desde que entramos, se nos ha inculcado el
valor de la competencia y la discriminación. Las evaluaciones tienen que ser
individuales. Para que así, la satisfacción del que se sacó un siete, sea
personal. De él solo. Sin embargo en la vida: ¿Qué actividad se puede
desempeñar solo? Ninguna. Nos educan en una burbuja idílica.
Cuando miro hacia atrás, pienso: ¿Qué valores aprendí en
este colegio? Si todos hemos sido testigos de horrorosas frases estilo: “corran
como hombres, no como maricones” “asuman sus consecuencias como machitos” “al
colegio se viene solamente a estudiar” o “dejen la población en la casa” ¿Son
acaso estas frases las que corresponden a un colegio que se jacta de estar
forjado sobre los valores de la ilustración? No lo creo. Apropósito de los
mismo, yo personalmente no he sido testigo, y tengo la impresión que es una
conducta que va en retirada, pero hasta hace sólo un par de años, era común ver
a un respetado y sacralizado profesor de este colegio, echando alumnos de la
sala por negro. O suspendiendo aleatoriamente (Hacía formarse a un curso y
decía: un, dos, tres: suspendido. Un, dos, tres: suspendido) sólo para
demostrar su hipotético poder en este colegio. Ahora bien, de lo que sí he sido
testigo, es de tratos abiertamente homofóbicos por parte de profesores hacia
compañeros homosexuales: “Este colegio por gente como ustedes está como está,
váyanse” y, en la misma línea he sido testigo de de profesores pegándole a
compañeros (no combos ni patadas, pero sí empujones)
Estas son algunas de las cosas que hacen que yo no pueda
sentirme orgulloso, como me han dicho que tengo que estarlo, de portar esta
insignia. No podría sentirme orgulloso de ir en un colegio que la sola idea
implica discriminación. Si la educación en Chile fuera buena en todos los
establecimientos educacionales ¿Qué motivo habría para la existencia del
Instituto Nacional? Ninguna. Si mi antiguo colegio me hubiese ofrecido la misma
calidad de enseñanza que el nacional, yo no me hubiera cambiado. Pero me cambié
porque no la ofrecía. Entonces, ¿Cómo sentirme orgulloso de haber dejado a 40
ex compañeros pateando piedras en mi ex colegio, para yo venir y “salvarme” de
no patear –tantas- piedras? La sola idea suena aberrante.
No puedo dejar de mencionar lo sorprendente que fue para mí
ver en la página del preuniversitario Pedro de Valdivia (de los mismos dueños
de la Universidad Pedro de Valdivia, la cual tiene preso a su ex rector por el
escándalo de las acreditaciones) un aviso que decía que habían firmado un
convenio con el Instituto Nacional. El símbolo del lucro en la educación firmando
un convenio con el símbolo de la educación pública. Es así como el CEPAIN lleva
a la práctica sus comunicados “¿a favor de la educación pública? ¿Quién los
autorizó para usar el nombre del colegio, a quién le preguntaron?” Patético.
Para concluir esta katarsis contenida por 6 años, me
gustaría compartir con ustedes dos anécdotas que me ocurrieron este año en el
colegio.
Corrían los primeros meses del año, cuando equis profesor
preguntó en voz alta a todo mi curso: ¿Quién de aquí sabe qué es la comisión
Valech o el informe Rettig? Ninguna mano se levantó. Nadie de un cuarto medio
humanista del “Mejor colegio de Chile” lo sabía.
Y la segunda, casi en la misma línea: El 11 de Septiembre
del año que se va, cayó martes. Día en el cual me tocaba por asignatura
Historia electivo e Historia Común. En mi interior, cuando me dirigía al
colegio pensé que por lo particular de la fecha, y por ser un curso Humanista
usaríamos esas 3 horas para discutir respecto al tema. Craso error. Parece que
era más importante las Batallas Napoleónicas en historia común y la Ley de
oferta y demanda en historia electivo que las bombas de ruido que se escuchaban
explotar en el colegio a esas horas de la mañana. Comentando con unos
compañeros en el recreo la situación, recordamos que nunca, en los 6 años que
llevamos en el colegio nos pasaron el Golpe de Estado (donde, paradójicamente,
murió un Presidente Instituano). Es decir, haciendo el experimento que yo sólo
sepa lo que me han pasado en el colegio y nada más, no sabría quién fue Augusto
Pinochet en la historia de Chile. Repito: Cuarto medio humanista en el mejor
colegio de Chile.
Ahora bien (aquí viene la parte emotiva) no podría ser tan
hipócrita de sólo quedarme en la crítica. Digo hipócrita porque yo postulé al
nacional porque quise y me quedé aquí también porque quise. Y es porque dentro
de todo lo yermo aun existen pequeños oasis fértiles. Profesores en los que se
puede confiar una palabra más allá de la materia oficial, profesores que
entienden la educación más que como un “motor de asenso social” y que conciben
al colegio más que como un preuniversitario de 6 años. Profesores de materias
“no-psu” que luchan día a día contra el sistema para darle dignidad a su ramo.
Y creo que lo logran, sus ramos son los más dignos de todos. Pedro Lemebel, un
escritor chileno en una crónica rememorando sus años en el Liceo Manuel Barros
Borgoño lo describe mejor que yo, cito: “Pero rescato de ese liceo, las clases
progresistas que me enseñaron política, filosofía, literatura, poesía y otras lecturas
más allá del horroroso Quijote en papel de biblia que después me lo fumé
entero”. No daré nombres, pues sé como funcionan las cosas en este colegio y no
quiero que vinculen a ningún profesor con este discurso, pero estoy seguro que
ellos saben quiénes son.
Paradocentes que muchas veces te alegran el día con sus
saludos y su disponibilidad desinteresada y casi religiosa para ayudarte. Los
tíos auxiliares que a las 7.30 de la mañana cuando llegas a la sala y están
sólo ellos barriéndola son tu primer “Buenos Días”, tías del Kiosko que nos
prestaban microondas cuando a mitad de año dejaron de funcionar los del casino,
y en general toda la gente que te conoce por tu nombre y no por tu apellido o
número de lista, a todos ellos: gracias, infinitas gracias y espero no se dejen
avasallar, porque sepan que tienen todo en contra.
Sin más que palabras de agradecimiento para, como dije
anteriormente, lo fértil dentro de lo yermo, palabras de disculpas a los que me
dieron la oportunidad de leer un discurso, palabras de desprecio para quienes
hacen de este colegio un preuniversitario de 6 años deshumanizador, les digo a
ustedes, compañeros de generación: éxito, pero éxito de verdad, del que incluye
felicidad y crecimiento personal.
Y espero que con estas palabras no haya herido su orgullo
Institutano, si fuera así, cumpliría mi deseo: “Sólo espero que el día de mi
licenciatura, me reciban con gritos de odio”.
Compañeros, hoy, se acabaron los 12 juegos. Muchas gracias
Benjamín Gonzalez, Presidente del 4to F Humanista del
Instituto Nacional
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